¿Quién de nosotros no se ha conmovido al contemplar en nuestras ciudades los cinturones de miseria en los que viven multitudes en condiciones infrahumanas?.
¿Quién no ha sentido profunda pena al ver deambular por nuestras calles a indígenas desarraigados tratando de sobrevivir vendiendo lo que sea y llevando tras de sí, invariablemente, dos o tres famélicos chiquillos?.
¿Cómo es posible que en nuestra Patria coexistan millones de compatriotas en la miseria y otros en sobreabundancia insultante?.
¿Qué han hecho los Gobiernos sexenio tras sexenio para solucionar esta situación?.
¿Qué el Evangelio no tiene nada que decir ante la injusticia social?.
Así nació lo que llamamos Teología de la Liberación, como un grito de la Iglesia en favor de los desposeídos. Pero algunos Teólogos no solamente se inspiraron en el Evangelio, sino que llegaron a radicalizarse influenciados por ideologías incompatibles con las enseñanzas de Jesús de Nazaret.
Un lenguaje ambiguo, una re-lectura inapropiada del Evangelio, ideas afines al Marxismo, hicieron reaccionar a la Santa Sede para encauzar dichas inquietudes en concordancia con el Magisterio auténtico de la Iglesia. Una labor no exenta de tensiones y dificultades y tal vez aun no terminada.