Cuarenta días después de su Resurrección, ante la mirada asombrada de once hombres, Jesucristo después de ordenarles "Vayan y bauticen a todas la naciones, enseñándoles todo lo que les he dicho" (Mt 28,25) se fue alejando hacia el Cielo hasta que unas nubes lo cubrieron.
¡Once Apóstoles, eso era todo! ¡Y la encomienda era hacer discípulos del Señor a todas las naciones! ¡Qué tarea, qué hacer, por donde empezar! No les quedaba sino esperar de parte de Jesús, al Espíritu Santo prometido y reunidos en el cenáculo con la Virgen María, perseveraron en la oración, atemorizados ante el inminente peligro de ser ellos también perseguidos a muerte como lo fue su Maestro.
Sabemos lo que pasó: con un temblor de tierra y el sonido de un fuerte viento, el Espíritu Santo descendió sobre los presentes como lenguas de fuego y empezó el inexplicable milagro llamado Iglesia Católica.