Nuestro Señor Jesucristo es el Sumo y Eterno Sacerdote por su calidad de Hijo de Dios y al mismo tiempo Hijo de la Virgen María; es verdadero Dios y verdadero Hombre.
El sacerdocio levítico del Antiguo Testamento quedó superado con la aparición en la Tierra de el Hijo del Hombre que vino a salvarnos con la ofrenda de su propia vida en el Calvario.
Jesucristo transmite sus poderes sacerdotales a sus Apóstoles, como vemos claramente en el Evangelio y por la imposición de las manos, dicho sacerdocio se comunica a los hombres elegidos por Dios con un llamado especial.
El sacerdocio católico es el don más grande que Jesucristo hizo a la humanidad, ya que de las manos sacerdotales recibimos por medio de los Sacramentos, la Vida Divina en el Bautismo y la alimentamos a lo largo de nuestra vida con los demás Sacramentos.
Pidamos a Dios siga llamando a muchos jóvenes y que esos respondan a su llamado: "para que la humanidad no se pierda por falta de pastores".